viernes, 30 de abril de 2010


PROMETO


Prometo no soplar fuerte en los desiertos de mis días y no levantar así olas de miedo que tapen la alegría de cada uno de ellos.
Prometo no caer rápido en el desván del olvido y perderme así entre trastos que como un laberinto llenan la vida de un hombre.
Prometo no danzar sin equilibrio y tropezar mil veces, para así tener una sonrisa linda por la que levantarme y no sorberla difusa en cada uno de mis intentos.
Prometo no enmudecer la lágrima que me pierda para que así retumbe en los corazones prófugos que engañados tienen a sus dueños, haciéndolos creer que son felices.
Prometo que nunca he sido de nadie hasta que he sido de ti para que así fueras tu la primera, la párvula boca que compartiera con mi boca los párvulos besos que de besos tuyos están hechos.
Prometo de sonrisa conquistar el mundo y así llenarte a ti de gobiernos para que desheredes la tristeza y espantes los lobos que me matan.
Prometo no volver a chivarme al mundo de que cuando cierras los ojos, pecas.

viernes, 23 de abril de 2010


MÁS, NO SÉ


No puedo mantenerme al margen. No sé. Me dan ganas de luchar, de entender, de estudiar, de buscar, pero no puedo. No sé. Despertarme bien peinado, levantarme calzado, madrugar ya vestido, pero no me atrevo. No sé. Limpiar el polvo, poner la mesa, mirar la tele, echarte de menos, ni lo intento. No sé. Llamarte muy bajito, llorar tu ausencia, pedirte y pedirte, ni se me ocurre. No sé. Soplarte las respuestas de la vida, invitarte a que me invites a que te tenga, distraerte con malabares y mirarte comiéndote, ni lo sueño. No sé. Pero contigo sabría, lo prometo. Y me comprometo a que me sepas siempre. Deseo que dures, que sean perennes tus besos, tus orejas, tus tobillos, tus manías, tus manos, tus ojos, tus rodillas, tus pies, tus llamadas, tus nombres, tus gestos, tus abrazos, y tu nariz y tus bocas. Deseo que me desees, que germinen en mi tus poros, tus días, tus piernas, tus pechos, tu barbilla, tu pelo, tus dedos, tu olor, tus mejillas, tus muñecas, tus codos, tu sexo, tu tacto, y tu presencia y tus ternuras. Se me alborota la sangre, tanto que hace nudos en mi estomago. Tengo abrazos que darte, canicas de color colores, versos de estos, sorpresas, enfados que quiero que perdones, guiños, lengua a la carta. Si supieras cuanto me llenas cuando me llenas la boca de besos, me ahorraría el sincerarme tanto al decirte ternura. Sacame la lengua, despacio sonríe pa´bajo, cotilleame la espalda, llámame enano o como quieras, permiteme que te desnude, alegrame el día, suponte que te da vergüenza, ponte cómoda, cierra los ojos y dejame que sea por un segundo el hombre más feliz del mundo. Tan solo puedo agradecerlo el resto de mis días. Más, no sé.

*Perdona por un poema tan largo, pero no he tenido tiempo de escribirte una más corto.

jueves, 22 de abril de 2010


DESPUÉS


Después de vencer mis miedos encontré temores derrotados y me compadecí de ellos. Después de levantar cabeza acogí en mi abrazo dolores humillados y les di mi calor empatico. Después de resolver mis millones de problemas martilleantes vi soluciones varadas y las acune humildemente. Después de aguantar duros inviernos encontré una primavera desértica y decidí ofrecerle mi sudor germinante. Después de pelear duramente contra el silencio me sorprendieron palabras llenas de ternura apagada y me propuse pulirlas dejando libre su luz propia. Después de insultar al espejo acusador me regalo el destino un reflejo turbio y destartalado y empendrí cariñosamente una batalla por apacigüarlo. Después de romper los relojes, de quemar papel llorado, vino a mi como un rayo de luz lo que hoy es un arco-iris. Pero el merito no es mio. Es suyo, por darme razones.

viernes, 16 de abril de 2010


Vínculo (Manuela Bermejo)

Dolor, contracción,
efímera agonía,
gozo, consuelo,
vida.

Roto el cordón,
no ha lugar
al remiendo.

Aunque un zurcido
invisible con hilo
indeleble, recio y fiel,
hilvanará sus vidas.

Unida, unido,
el hijo a la madre
la madre al hijo.

jueves, 15 de abril de 2010


JUGAMOS A CREERNOS TRISTES


Que aplaudan al vergonzoso. Que la cultura se codee entre las masas. Que sonrían los códigos de barras de los libros. La originalidad es un dolor en la tripa. Hay destinos que dan rienda suelta a la locura. Hitler era rencoroso únicamente. Arden bosques con niñas dentro. Hay mujeres tan bellas como para arrancarse un ojo. Hay cuerdas de guitarra, cuerdas de soga, cuerdas llenas de nudos. El frío no siempre duele. Mis locuras las mecen ronquidos. Jugamos a creernos tristes. Neruda estaba loco únicamente. Pianos pintados en paredes. Amo a cualquier mujer que tenga pechos. Bares cerrados. Gestos ensayados en estudio para hacerse el interesante. Me sorprende la estupidez de estar ahora escribiendo. Esculturas y cuadros simples de interés nulo. Gatos que se prestan a la caricia. Dios es mentira únicamente. Hay países pequeños como una canica. A veces me gusta lo que escribo y rompo la hoja. Llevo ya catorce lineas diciendo cosas raras. Que nariz más fea. Me quedan pocas sorpresas en esta noche. Si no amanece, que el sol me avise. Que le den por el culo a la hija de la gran puta de tu puta madre. Solo discuten aquellos que no miran. Tener idiomas de otros no lo comparto. Yo soy yo únicamente.

lunes, 12 de abril de 2010



DEL MARTINI AL MECONIO (David Guistau)


Oí decir que las mujeres viven la maternidad desde que se quedan embarazadas. Pero que, para asumir la paternidad, los hombres necesitan ver al niño ya nacido. De hecho, algunos no lo aceptan ni aparecen hasta que el chaval gana su primer Roland Garros. Algo hay de cierto. Durante el embarazo de Romina, cuando nos hacíamos la broma de que por fin tenía una novia con más barriga que yo, ella hablaba a alguien que todavía no existía, le ponía música clásica para sosegarlo, acercaba el vientre al televisor para comprobar si reaccionaba a los goles, y hasta creía que las patadas eran una suerte de código morse que permitía la comunicación. En cambio, yo hacía planes de viajes para los meses siguientes y luego me sentía culpable por no haber recordado que para entonces estaríamos anclados por un recién nacido que, a diferencia de las plantas, no podría confiarse a alguien que lo regara. Romina había hecho una mutación psicológica de la que emergieron una determinación a la espera y cierta trascendencia más allá de sí misma, de las pequeñas miserias personales que ya no importaban. Yo me hacía el remolón para paladear todavía un ratito la más infantil concepción de la libertad: aquélla según la cual ninguna decisión afecta a nadie salvo a uno mismo, aquélla en la que puedes declararte disponible para lo que venga, para los tam-tams que llaman a lo azaroso. Un hijo es decir no y quedarte cuando antes decías sí y te ibas. Aún tenía que descubrir que de semejante fijación saldría una mejor versión de mí mismo: cimiento sobre el cual proyectar cosas que perduren. Tampoco ver nacer a Luca me bastó para sentirme padre. No inmediatamente, al menos. Las contracciones comenzaron a las cuatro de la mañana. Y, en vez de dejarnos arrebatar por el zafarrancho de parto, calculamos por los minutos transcurridos entre una y otra que aún podíamos dormir en vez de abocarnos a esperar en el ambiente hostil, gélido, de una sala de hospital. Ya allí, Romina aguantó el dolor como si le hubieran dado un trago de whisky y un trozo de cuero para morder durante la extracción de una bala en un western. En el paritorio, ubicado detrás de Romina, yo sólo pensaba en controlar las emociones ante extraños por pudor, y me fijaba en los rostros del médico, de la matrona y de las enfermeras porque creía que, si algo salía mal, alguna expresión torcida les delataría. Vi los fórceps, como una prótesis de Robocop, y pensé en eso: en que parecían una prótesis de Robocop, no en que pudieran dañar al niño. «Es muy rubito», dijo alguien. Y entonces apareció Luca, amoratado, con la cara arrugada y aplastada como la de un cachorro de Shar Pei, pero no me sentí padre. Me lo pusieron en los brazos, lloroso, y le busqué defectos, mutilaciones, manchas con la forma de Australia o del ratón Mickey, pero no me sentí padre. Lo tuvo Romina cobijado en el pecho, le habló en un tono amistoso, ligero, sin excesos emotivos, y no me sentí padre. Desfiló por la habitación toda la familia buscándole parecidos, y no me sentí padre. Le pusieron manoplas para que no se arañara y un gorrito para que no se enfriara, mamó por primera vez, y no me sentí padre. Hice infinidad de llamadas para dar la noticia, muchas de ellas a la Argentina, y no me sentí padre. Llegaron flores, compré hamburguesas en un Vips y una tarjeta para el televisor, me trajeron una bata y un neceser para pasar la noche, confirmé al periódico que cubriría la sesión parlamentaria dos días después, y no me sentí padre. Me sentí padre por primera vez cuando, ya desaparecias las visitas, oscurecido el día, vinieron para llevarse a Luca al nido. Una enfermera empujó su cuna y, como debía entrar en otra habitación para recoger a otro recién nacido, dejó a Luca solo, abandonado en mitad del pasillo, a merced de cualquier orco o leopardo que pasara por ahí. Y fue esa indefensión del niño incapaz todavía de reñir sus peleas, de mi hijo, la que avivó un hondísimo instinto de protección por el que me abofeteó el descubrimiento de que era padre. Me enteré yo, y también la enfermera que a altas horas de la madrugada hubo de explicar a un tipo en bata que no hacía falta que montara guardia en la puerta del nido, «no hay orcos, no hay leopardos, y usted también debe descansar». El primer mes en casa de un recién nacido es un excelente motivo para preguntarse dónde está Zihuatanejo, aquel pueblo mexicano donde el Tim Robbins de Cadena perpetua creía que nadie le buscaría jamás. La situación no sería tan extresante si no incluyera la obligación de mantenerlo vivo. Cada tres horas, suena el llanto de una alarma como la de la cuenta atrás de Lost. Se acabó dormir, para siempre, porque incluso en los meses siguientes uno descubrirá que no es ya capaz sino de un sueño superficial, de garita, que permita atender el llanto. Hoy en día, incluso cuando duermo a cientos de kilómetros de Luca, salto en la cama si rechina la bisagra de una puerta en otra planta del hotel. Para las parejas primerizas, la experiencia sólo puede acarrear dos consecuencias: o las destruye, o las amarra con ligazones nuevas, más fuertes que las anteriores, cuando quererse consistía en esperarse delante de un cine o en decir qué guapa estás antes de salir a cenar, y no en aprender juntos a introducir un supositorio en el culo de un bebé al que torturan los cólicos y el estreñimientomientras. El reloj avisa de que apenas faltan unas horas para ir a la oficina. Quién nos habría dicho que los dedos de sostener Dry Martinis acabarían manchados de meconio, y que no importaría, que no habría por ello nostalgias de otra vida. Quién nos habría dicho que el sosiego repentino de un niño insomne que se acurruca junto a tu piel entregándose contendría muchas más emociones que todos esos viajes postergados, que todas las promesas del tam-tam. Y así, con cada expresión nueva descubierta en su rostro, con el primer paso, la primera sonrisa, sus primeros brazos tendidos en bienvenida cuando llegas a casa, las primeras veces que es capaz de jugar y de reír a carcajadas, una gracia. Y no sigo porque ya dije que el pudor me impide sentir ante extraños, y ustedes lo son. Hay hombres impermeabilizados a los que no cambia una experiencia intensa. No soy uno de ellos. Luca me ha cambiado, ha espantado ansiedades y búsquedas heredadas de los afanes encontrados en las lecturas. No me importa sentir que para mí ya es tarde para muchas cosas, porque las hará él y, por delegación, las haré a través de él. Salgo de las librerías con colecciones completas de CortoMaltés, de Astérix, de Tintín, que permanecerán un tiempo largo empaquetadas, hasta que él pueda hacer sus primeros descubrimientos de lector. Me preparo para sus preguntas, me esfuerzo por ser mejor, excelente, por si acaso en el futuro le da por tomarme como ejemplo. Encima se me parece muchísimo, por lo que veo en él un yo sin estropear, con todas las posibilidades intactas, que me ha prolongado el ciclo vital como si mi resurrección ya hubiera ocurrido. Siento admiración anticipada por el espectáculo que será su juventud, por los mínimos esbozos de personalidad que me permiten intuir en él a un tipo que vivirá con gozo y al que ya tengo ganas de contarle cuánto de hermoso le aguarda. Que salga a vivir, algún día, sabiendo que cualquier rescate estará a tan sólo una llamada de teléfono. Que sea un hombre con códigos del que nadie pueda decir que falló como amigo. Ya iremos viendo todo eso. Ya lo iremos hablando. Lo que pido es tiempo para acompañarle al menos un trecho largo de su camino vital, como espectador y como cómplice. Porque, de todas las sensaciones nuevas que me ha inoculado Luca, la peor es la hipocondría. Por primera vez en mi vida, temo morir. Me siento obligado a permanecer aquí al menos 25 años más, los que él pueda necesitarme, y en eso no quiero fallarle.Mi hijo no ha de ser lo que yo fui: un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto. Voy a dejar de fumar.

ERES UN BUEN MOMENTO PARA MORIRME (Felix Francisco Casanova)

Amaneciendo y anocheciendo
a un mismo tiempo,
cariño, ¿no es ésta la forma
en que te gustaría vivir?
En mi cabeza hay un álbum
de fotos amarillentas
y lo voy completando con mis ojos,
con los más leves ruidos,
atrapando olores en el aire
y en cada sueño que sueño.
¿Sabes una cosa, pequeña?
La última página de mi álbum
tiene tu boca lluviosa mordiéndome un labio,
un disco de rock’n’roll
y calcetines de colores.
Mis ojos han sido rápidos,
te he hecho el amor con la ropa puesta
a través de una
larga pajita dorada
mientras cruzabas la calle
con el cabello ardiendo.
Pero ahora son tus pies
quienes dan mis pasos,
¡así que no te equivoques
pues me caería!
Te bebo en cada vaso de agua
que sacia mi sed,
mis palabras son claras como niños pequeños
o espesas como semen empapando cortinas,
pero hoy tengo que inventar
un nuevo idioma
para conversar con tus tiernos maullidos eléctricos
y los gritos de euforia
de la gente que vive en tu cabeza.
Debes saber que a veces
soy como un entierro interminable,
siempre triste y azul
subiendo y bajando
por la misma calle.
Pero otras veces soy un río de risa
corriéndome por toda la ribera,
haciendo el amor a la mar,
una felicidad contagiosa,
un revólver de amor, nena,
y voy a disparar justo a tu corazón
¡bang, bang!
¿te di?
Quiero arrollarte, enrollarte y arrullarte,
montaña de aguardiente
y tarde rojiza.
Eres un buen momento para morirme.